En el budismo, y particularmente en la tradición Zen, la no-dualidad es una de las enseñanzas más esenciales y profundas.
El Zen enfatiza la comprensión de que "solo esto existe", una frase que hace referencia a la realidad última donde todas las distinciones, separaciones y conceptos pierden su fundamento último.
Según esta visión, las dualidades aparentes como sujeto y objeto, yo y otro, interior y exterior no son más que ilusiones creadas por la mente condicionada.
Debido a la costumbre de fragmentar la experiencia en elementos distintos, la mente humana pierde de vista la verdad fundamental: todo está intrínsecamente conectado e indivisible.
Así, trascender esta falsa percepción de dualidad es, para el Zen, el camino hacia una experiencia directa y sin filtros de la realidad.
La famosa cita de Seng Ts’an, el tercer patriarca del Zen chino, encapsula perfectamente esta perspectiva: «Del Uno surge la dualidad, pero no te apegues ni siquiera a ese uno».
Esta línea de su texto Xin Xin Ming (Fe en la mente) muestra que el Zen no solo busca trascender la dualidad, sino también ir más allá incluso de la noción de unidad.
Desde esta perspectiva, incluso el concepto del Uno o de la Mente-Un debe ser liberado.
Si nos fijamos en la idea de una única naturaleza última o unidad, corremos el riesgo de crear un nuevo tipo de dualidad y caer en el apego mental, recreando así ilusiones conceptuales.
El Zen advierte contra cualquier intento de fijar la realidad última en palabras o ideas, ya que incluso las fijaciones mentales sutiles nos alejan de una experiencia viviente y sin restricciones de la realidad.
En este contexto, la práctica del Zen anima a una liberación radical de todos los conceptos y apego, incluso de las ideas más sublimes, como la unidad o la vacuidad.
Las meditaciones Zen, como el zazen (meditación sentada), cultivan este estado de apertura y presencia pura, donde la mente deja de imponer sus categorías al mundo.
La práctica anima a los practicantes a interactuar con la realidad sin interferencia conceptual, alcanzando un estado de conciencia pura en el que ni la dualidad ni siquiera la idea de unidad tienen poder.
Esto implica no solo dejar ir los apegos a los objetos externos, sino también trascender las construcciones mentales internas y las categorías, hasta que la mente se convierta en un espejo perfectamente claro, reflejando cada cosa sin apego.
Para los practicantes Zen, la experiencia de la no-dualidad va más allá de las palabras, los conceptos y las distinciones.
No se trata de una idea que deba comprenderse intelectualmente, sino de una experiencia que debe realizarse directamente.
La realización de la no-dualidad, por lo tanto, no es una fusión mística con una entidad externa o una abstracción, sino un despertar al estado natural de la mente: una conciencia indivisa, libre de todo condicionamiento, que percibe la realidad tal como es, en toda su simplicidad y autenticidad.
En este sentido, el Zen no busca solo entender la no-dualidad, sino encarnar este estado de conciencia en cada momento de la vida cotidiana, revelando que cada acción, encuentro y respiración es una expresión de esta unidad primordial.
En el Zen, la no-dualidad última es una forma de vivir en equilibrio perfecto, sin ser perturbado por las fluctuaciones de la existencia ni por los esfuerzos constantes de la mente por agarrar, analizar o juzgar.
La no-dualidad es una experiencia viviente, sin división, que trasciende no solo las separaciones aparentes entre uno mismo y el mundo, sino también cualquier idea de separación entre lo sagrado y lo mundano, entre la meditación y la vida cotidiana.
El Zen busca hacer de esta comprensión una experiencia vivida, donde cada momento se convierte en una expresión espontánea de esta realidad unificada, libre de apego mental o fijación.
Así, en el Zen, la no-dualidad es mucho más que una doctrina filosófica o espiritual; es una forma de ser, una manera de permanecer abierto, flexible y profundamente conectado a la vida tal como es, más allá de categorías y juicios.
Al acceder a esta realización, el practicante zen descubre un estado de paz interior y libertad, percibiendo que la verdadera naturaleza de la mente ya es una con el Todo, más allá de las distinciones y los apegos.